Ricardo Gil: la belleza como búsqueda espiritual por Ricardo Bello

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La forma que tiene Ricardo Gil para ganarse la vida está asociada a la expresión artística y por una razón muy sencilla: la búsqueda de la belleza siempre ha sido una constante en el respeto por la naturaleza y el estudio del paisaje. La empresa Aqua-Riego, a la cual le ha dedicado casi veinte años, se ha especializado en el desarrollo de sistemas de riego, que a pesar de fundamentar su diseño en complejas estructuras propias de la ingeniería y programas de computación especializados, como el AutoCAD, sólo cumplen su objetivo al integrar una visión paisajista. La representación de la naturaleza por medios artísticos tradicionales, como la pintura y la fotografía, siempre han buscado reconocer, nombrar e identificar la belleza intrínseca en un paisaje. La recrean al instante de nombrarla, pues sólo así, al mostrarla de nuevo, se involucran los artistas con su fuerza, que resulta siempre la referencia obligada de su trabajo. El desafío a estas formas tradicionales dio pie a innumerables experiencias a partir de la década de los 60´s del siglo pasado, pero aún así, a pesar de cuestionar la efectividad de la pintura y otros medios para cuestionar e identificar la dimensión estética del paisaje, seguían al pie de la letra el reconocimiento de la tierra como un actor fundamental del drama de la conciencia en su desesperación por entender y captar su habitat. Ricardo Gil va más allá, se propone incorporar la naturaleza a los espacios urbanos, exacerbando, potenciando los lugares donde la ciudad crece, proponiendo una reflexión del entorno que nos pertenece y merecemos. El trabajo conjunto que ha realizado con innumerables paisajistas a lo largo de la geografía venezolana, desde Puerto Ordaz a la Península de Paraguaná, pasando por Mérida o Caracas, es testimonio de una incansable voluntad de trabajo y de plasmar en la realidad las imágenes de la naturaleza que lo han acompañado de niño.

 

Por otra parte, su trabajo posee una dimensión espiritual o psicológica que va más allá del marco arquitectónico o de la ingeniería. Se trata del componente de salud mental que propone al enriquecer las casas, edificios o plazas públicas con una realidad que muy pocos damos por sentado: la belleza. Ya James Hillman, el gran psicoanalista americano, después de una larga práctica profesional iniciada al obtener su PhD en Zurich y ser nombrado Director de Estudios del Instituto Jung en Suiza, decidió abandonar su carrera terapéutica para dedicarse a la ecología. Innumerables estudios de Hillman sobre psicología de los arquetipos dan testimonio de la seriedad de su investigación, pero a la larga, como confesó al novelista Michael Ventura en un extraordinario libro de conversaciones – Hemos tenido cien años de psicoanálisis y el mundo está cada vez peor -, terminó convencido de que las enfermedades mentales son el producto de una vida “vivida” al margen de la belleza, sin la presencia y compañía salvadora de imágenes y situaciones que luchan y vencen lo feo, lo grotesco, lo antiestético, lo imperfecto, la perniciosa costumbre de vivir al margen y hasta en contra de la naturaleza. No en balde Ricardo Gil también estudió con Robert Hand, especialista en astrología heliocéntrica y cosmobiología, graduado en Princeton University y con postgrados en Historia Medieval.

 

La fuerza del trabajo de Ricardo Gil se siente y se percibe con alivio, como una profunda respiración en una ciudad asfixiada y agobiada por la contaminación y sensaciones casi apocalípticas, propias de enfermedades que tienen su causa en la problemática estudiada por Hillman: la ausencia de belleza. El equilibrio y la sensatez de su propuesta nos llega sin esfuerzos aparentes porque es la prueba fehaciente de la necesidad de obras como la suya, que enriquecen y hacen posible la búsqueda de una vida colmada de bendiciones estéticas.

 

RB